miércoles, 30 de marzo de 2011

El olfato atómico

¿Os acordáis de los olores de vuestra infancia? ¿Recordáis cómo olía vuestra casa de pequeños? Cuándo ibais de visita a otra casa y olía de manera diferente a la vuestra, os preguntabais por qué era así. Si como en mi caso, en los 80 casi todos compartíamos los mismos principios universales: una tele de tubo, un balón de fútbol, la bici, la cocina de fogones, la tostadora que quemaba más que tostar y las calcomanías nocivas que tu madre te prohibía ponerte. El secreto estaba en la cocina (y que tu padre no usase Varon Dandy), ya lo decía el programa de televisión.





Buena parte de esa cultura olfatogastronómica me la han dado mis abuelas, cada una a su manera y a su forma particular de entender la cocina. Pero las dos con exquisito gusto por cocinar unos estupendos platos, un besazo a una que me encontraré un día de nuevo en otra parte y a la otra que hoy es su cumpleaños que celebraremos convenientemente (nota mental importante: comprar sales de fruta que toca comida en su casa). Mientras que yo ahora me preocupo por rellenar el gaznate con lo que sea para no fenecer de inanición, no tanto como comer solo dos bolsas familiares de patatas cada día de mi vida claro, pero con una preocupación mínima en experimentar con la cocina molecular.

Son muchos los recuerdos asociados a mi infancia y la comida, como es el caso de las tortitas con nata de una famosa cadena de restaurantes con nombre de gente importante a la que mi madre me llevaba como premio. Y debí de ganar muchos premios, porque en poco me convertí en una tortita rellena con patas, sin importarme hasta la adolescencia que fuera así... pero con una enorme felicidad, sin preocupaciones absurdas del sobrepeso ni el colesterol, triglicéridos o falta de omega 3. El otro recuerdo era el del 'gallo a la sartén', sin producirme precisamente una acción parecida al experimento del perro de Pavlov.

De tanto hablar de comida voy a aguantar el segundo desayuno en Hobbiton y voy mejor al gimnasio, a bajar lo que aun no he ingerido. El miedo de llegar a los 30 con barriga tira por el suelo todo lo dicho anteriormente, debe ser que a esta hora en el gimnasio el sudor de alguno es como el de la panceta frita y ese olor motiva, pero mucho.

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